Se trata de una enfermedad cerebrovascular que afecta a los vasos sanguíneos que suministran sangre al cerebro. Reconocer las señales y la forma cómo se presentan puede evitar estas enfermedades.
Según la Sociedad Española de Neurología, el ictus, también llamado infarto cerebral, embolia, apoplejía o accidente cerebrovascular agudo (ACVA), se produce por la afectación de los vasos sanguíneos que irrigan el cerebro. Esta afección es comparable a un infarto de corazón, pero en este caso sucede en el área cerebral. (Puede ser de su interés: ¿Dejamos de aprender? El cerebro y sus conexiones).
Existen dos tipos de ictus: el isquémico y el hemorrágico. El primero, es el más frecuente y aparece cuando se obstruye un vaso sanguíneo debido a un coágulo, interrumpiendo así el flujo normal de la sangre. El elemento que produce la obstrucción, llamado trombo, puede haberse originado en otra parte del cuerpo y haber llegado hasta el torrente sanguíneo, tapando la circulación del cerebro y provocando así este tipo de embolia.
El segundo caso, es conocido como hemorragia cerebral y se presenta cuando uno de los vasos sanguíneos del cerebro se rompen, de forma que la sangre se expande hacia el cerebro, provocando una alteración general del funcionamiento de este órgano.
Tenga en cuenta. Aunque existen factores de riesgo que no pueden modificarse, como los antecedentes familiares y el envejecimiento, hay medidas de prevención que constituyen la mejor terapia contra el ictus. Es fundamental llevar una alimentación sana y equilibrada, baja en grasas y sal, realizar ejercicio físico de forma regular y evitar hábitos tóxicos como fumar, abusar de las bebidas alcohólicas o consumir sustancias psicoactivas.