El coraje y la determinación empiezan a cultivarse desde la primera infancia, sin embargo, es durante la adolescencia que se fortalecen como escudos protectores.
Asesora: Gisselle ÁvilaPsquiatra adscrita a Coomeva Medicina Prepagada
Hay algo especial en aquellas personas que jamás sucumbieron a la presión de un grupo de amigos, compañeros de colegio o compinches del barrio. Los que iban a fiestas y se divertían, los que organizaban paseos y eran el centro de atención, pero que siempre tuvieron una respuesta oportuna cada que eran “seducidos por la oportunidad” de experimentar con las drogas: “No, yo paso”.
Y pasaron una y otra vez.
Hay algo especial en ellos porque su desempeño social revela temple de carácter y que tras ellos hubo padres que indicaron el camino correcto, en este caso, que enseñaron a decir “no”.
La médica psiquiatra Giselle Ávila explica que desde muy temprana edad los pequeños entienden el poder de esta palabra. “Los niños comienzan decir No de forma natural entre los 2 y 3 años de edad y esto va marcando la definición de autonomía para su crecimiento y desarrollo. El tema fundamental se da en la adolescencia, cuando hay que inculcar esa respuesta ante situaciones de riesgo del ambiente social en el que se desenvuelven”.
Es allí cuando aparece un mensaje que a veces suena reiterativo: “es necesario que los padres eduquen a sus hijos con el ejemplo. Esto se refiere a la conducta habitual en la casa. No tiene sentido que un padre que fuma le pida a su hijo que no adquiera este hábito. Debe existir coherencia entre las palabras y los hechos para la educación”.
El poder de los argumentos
Además del ejemplo, los niños y adolescentes valoran la importancia de los argumentos. “Si se trata de un niño de cinco años al que los padres le dicen que no debe subirse a un auto de extraños, el lenguaje debe ser muy simple, se pueden utilizar juguetes para ejemplificar la circunstancia”, dice la doctora Giselle. Algo diferente ocurre con un preadolescente de 11 años que está preguntando por la dependencia a sustancias psicoactivas. “En este segundo caso el lenguaje de los padres debe ser coherente a la edad y seguro el juguete ya no funciona. Entonces se recomienda usar recursos didácticos de internet o un artículo de revista”.
La selección de los amigos es un tema determinante para enfrentar la presión de grupo que reciba un adolescente. Es fundamental que los padres conozcan a cada uno de los amigos de su hijo o hija y el ambiente que rodea a estos chicos, se deben saber detalles tan particulares como el número de sus casas o el nombre de sus padres. La presión de grupo puede presentarse en cualquier caso, pero en la medida que los padres sepan qué personas están compartiendo el tiempo con su hijo, es posible tener un panorama más fiel a la realidad.
Las señales de alerta
La realidad es contundente e imposible de modificar. El mundo ideal no existe y los riesgos para un joven están a la vuelta de cada esquina. La vida plantea desafíos desde la primera infancia, hasta el final de los días, la clave está en saberlos enfrentar. A un joven que habite la sociedad actual se le presenta el riesgo de entrar en contacto con las drogas o actividades indeseables.
La misión de los padres es vigilar el entorno y estar alerta a las señales. “Es sospechoso cuando el hijo cambia sus comportamientos habituales o muestra modificaciones anormales en su estado de ánimo. La intuición de los padres se debe afinar para detectar cuando un menor está ocultando algo. No es normal que a un chico que le gustaba el fútbol un día cualquiera pierda el interés por el deporte. O si una hija que dialogaba y era amable con la familia pasó a ser hostil y evita las conversaciones con sus padres. Estos cambios pueden darse, pero son parte de un proceso que toma tiempo, si ocurren de manera intempestiva, hay algo que no está bien”.
“Entonces es importante acercarse al colegio, al club de deportes, a los sitios donde su hijo asiste y preguntar cómo va él en relación con el grupo”, explica la doctora Ávila. Las variaciones en el estado de ánimo son predecibles en la etapa de adolescencia y responden a un impulso hormonal. Se vuelve anormal cuando la duración de su malestar es exagerada o la expresión de ira o tristeza se prolongan por varios días.
También es relativamente normal que el adolescente actúe con misterio. Esto obedece al trabajo que acompaña el desarrollo de la personalidad, especialmente en su independencia para el paso hacia la adultez. Habla menos de sus asuntos y crea un límite “saludable” con los padres. Pero si este joven comienza a crear una distancia insuperable con los padres y se repiten las negativas a comentar algo sobre sus amigos o nuevos contactos de internet, entonces los padres pueden intuir que hay algún problema. “Es hora de buscar una solución” •
Resiliencia y capacidad de sobreponerse
Existe un concepto en salud mental denominado resiliencia, que consiste en la capacidad de enfrentar situaciones adversas y salir bien librado de ellas. La capacidad de resiliencia se forma mediante los valores morales que son adquiridos en el hogar: honestidad, respeto, solidaridad, entre otros, son actitudes que se convierten en factores protectores de salud mental. “Los jóvenes están expuestos a múltiples situaciones de la vida y deben tener el criterio para diferenciar lo que es bueno y tiene consecuencias positivas en sus vidas y lo que es malo y trae consecuencias negativas”, concluye la psiquiatra Giselle Ávila.
Normal, hasta cierto punto
- Los adolescentes pueden crear distancia con sus padres, si el diálogo se cierra completamente, deja de ser normal.
- Es normal que cambien de hábitos o pasatiempos, pero si esto ocurre de la noche a la mañana y no se reemplaza por algo productivo, hay que tomar acción.
- Los chicos y chicas pueden dejar de ser afectivos con los padres, pero si la situación toca el límite de la hostilidad, algo no anda bien.
- Es normal que conozcan nuevos grupos y gente diferente, pero si resulta que ahora un padre desconoce completamente el círculo de amigos, hay que intervenir.