Madres e hijas cocrean su relación

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Estas relaciones familiares pueden ser difíciles, especialmente en la pubertad y la adolescencia, desprenderse de creencias populares y escuchar a la otra puede ayudar.

Asesoras: Yesica Montoya, psicóloga
Carolina Ramírez, psicóloga y educadora menstrual

El vínculo entre madres e hijas resulta a veces complejo porque se pueden identificar con mayor fuerza a partir del género. “Como mujer, logro imaginarme más fácil cómo te sientes como mujer”, explica la psicóloga Yesica Montoya (@psicoykmontoya). Sin embargo, esa cercanía puede llevar a una relación de amor y odio permanente. “Tenemos que entender que perfectamente se puede amar a la mamá, pero también tener sentimientos de rechazo o de odio. La religión y la cultura cargan de mucha culpa esos sentimientos, cuando al fin y al cabo es un proceso biológico”, lo mismo le puede suceder a la madre con sus hijos.

Construir una relación más allá de los imaginarios culturales y religiosos es una gran tarea, que exige madurez emocional de la madre, información y la apertura a querer relacionarse de manera diferente con su hija. Para Carolina Ramírez, psicóloga y educadora menstrual del proyecto Princesas Menstruantes, que asesoran a familias para acompañar la pubertad de sus hijas, el sistema patriarcal en el que estamos inmersos exige unas jerarquías que no son sanas, como el adultocentrismo que implica que los adultos mandan y los niños obedecen, además de ejercer una vigilancia más fuerte sobre las niñas; sin embargo, está demostrado que los hijos que son más autónomos y libres, que hacen escuchar su voz, suelen usarla también para su autocuidado. Es decir, una niña que le manifiesta a su familia que no quiere acompañarlos a un evento es desobediente, pero también puede responder con la misma fuerza a una mala influencia. En vez de imponer decisiones, se puede recurrir a la negociación o a conversaciones más amplias que den razones.

Individuos autónomos

Una de las dificultades más grandes de esta relación es la diferenciación de los roles individuales. La madre es a la vez mujer, así como la hija, pero su comportamiento en uno y otro puede no ser consecuente y esto lleva a que la relación con la hija sea más difícil. Por ejemplo, señala Montoya, una madre puede pedirle a su hija que cuide su cuerpo, pero es una mujer que no lo hace, ahí la hija recibe señales confusas y puede generar nuevos roces.

También es importante no romper la promesa de amor incondicional, que se hace con frecuencia y para los padres no es difícil seguir en la infancia, pero cuando los hijos comienzan a mostrar autonomía y un desarrollo de la personalidad fuera de los estándares que los padres tenían pensados para ellos, esa promesa se rompe. Los papás sueñan que sus hijos sean de una forma determinada y cuando esto no sucede, pueden recurrir a la condicionalidad de sus afectos para conducir a sus hijos por el camino que ellos quieren. Por ejemplo, si la hija prefiere vestirse de pantalones y colores oscuros y a la madre no le gusta, esta puede regalarle vestidos de colores pasteles y mostrarse más feliz y complacida cuando su hija los usa, así no sea lo que a ella le gusta. La hija puede terminar moldeando su personalidad, para no perder el afecto de su madre y se llena de rencores porque no la dejaron ser.

Para Ramírez, una niña que obedece sin cuestionar, puede ser una mujer que haga lo mismo y dependa de otros para tomar sus propias decisiones. Al reconocerles a las niñas su autonomía y darles la posibilidad de explorar diferentes formas de ser, encuentran su propio camino y lo siguen sin tanto dolor. Se trata de asumir un rol más acompañante que de autoridad.

Una relación sana

Ambas expertas coinciden en que la madre no es una amiga, sino parte de la red de apoyo familiar. Contar tanto con el apoyo de las amigas como de la madre es fundamental, y la relación con la madre también puede ser de complicidad, pero dentro de las diferencias generacionales, lo que a veces puede ser más confuso para las más jóvenes. La diferencia radica en que las amigas son pares, mientras que la madre tiene una mayor madurez emocional.

También en que las imposiciones de la sociedad y los cambios que se sufren durante la pubertad y la adolescencia son lo suficientemente fuertes para que el hogar sea un lugar de restricciones y juicios. Más bien se deben favorecer espacios donde las niñas se sientan bien consigo mismas y que pueda haber un diálogo abierto para resolver las inquietudes que surgen en las diferentes etapas de la vida. La buena relación también depende de que se puedan explorar todas las emociones y elaborarlas, entrenar la inteligencia emocional que poco se trabaja en otras áreas de la vida.

Inteligencia emocional para afianzar vínculo

1. El cambio empieza por uno mismo: Esperar que la relación mejore porque su madre va a cambiar no es una expectativa realista. Tome el control, haga el primer movimiento y transforme su actitud como hija, vea las cosas de distinta manera.

2. Tenga expectativas realistas: los padres usualmente hacen lo que pueden con los recursos que conocen y tienen a mano para la época en la que vivieron. Comprender esto hará que sus juicios no sean tan duros y sea más compasiva.

3. Establecer límites: aún cuando las hijas crecen las madres quieren seguir controlando sus vidas y decisiones. Especialistas en psicología, del sitio web Webmd.com, proponen establecer límites con firmeza pero amabilidad.

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