La autoridad y la educación en normas y valores no es negociable a la hora de guiar a los niños, cosa que no pueden hacer los amigos.
Asesora Gloria Hurtado Castañeda – Psicóloga
Es una verdad de Perogrullo decir que los padres de esta generación no se parecen a los de la anterior. Pero podemos afirmar que la principal diferencia es el tipo de relación con los hijos. La generación anterior tenía una totalmente vertical, de mando y subordinación, sin embargo, eso se ha suavizado en las últimas generaciones y ha desembocado en camaradería y, casi, una amistad. ¿Pueden los padres ser amigos de sus hijos?
Los hijos pueden tener muchos amigos, solo basta recabar un poco en la infancia propia para darse cuenta de que todos los niños tienen su tropa de pares con quienes tienen secretos y comparten travesuras: esos son los amigos, los cómplices, los de la palmada en la espalda.
Sin embargo, padre y madre solo son dos, nadie más puede venir a ocupar ese rol que tiene como misión poner límites, trazar un camino por el que se debe andar, una ruta de normas y derechos. Y es que la función inicial de los padres es acompañar, orientar, educar y enseñar a los hijos; la función de los amigos es ser cómplices, compañeros de aventura.
La psicóloga Gloria Hurtado cree que desde hace varios años se está tratando de desechar un asunto que le hace bien a todas las sociedades: la ideas de las líneas de autoridad. “Estamos formando una sociedad sin jerarquías porque nos asustan y creemos que son peligrosas. Esta es una sociedad que busca la igualdad; que seamos iguales. Nos olvidamos de que las jerarquías estructuran la organización de cualquier institución”.
Según la experta, aunque todos somos iguales en nuestra identidad de seres humanos, y en esa medida nadie está por encima de otro, somos diferentes porque ejercemos roles diversos con el fin de que la vida en comunidad resulte llevadera, exitosa, engranada. “No todos somos iguales, pero no porque seamos superiores o inferiores, sino porque en la estructura hay lugares, oficios y puestos. Esto para decir que en las familias no todos son iguales, no todos tienen el mismo rol”.
Un buen ejemplo —señala Hurtado— es cuando dos familiares trabajan en un banco, uno es gerente y el otro es cajero, este último le confiesa a su hermano y patrón que en la noche, cuando todos se habían ido para sus casas, había aprovechado la oportunidad para robar un poco de plata. ¿Cuál debe ser la actitud del gerente? ¿Lo debe denunciar o lo debe proteger? Lo claro es actuar éticamente: denunciarlo. Primero está la relación de autoridad, luego la parental.
“Cuando los padres tratan de ser amigos de sus hijos caen en un error, pues les están diciendo que son sus confidentes, quienes respaldan sus travesuras. El mero hecho de que un padre y una madre hayan nacido antes que los hijos, ya les da una jerarquía. Cuando tratamos de jugar a la igualdad con los hijos estamos hablando de hijos y padres igualados, y es ahí cuando un hijo le pone reglas a un padre, eso no puede ser. Mis hijos pueden tener quinientos amigos, pero papá y mamá solo yo”.
Al perderse la figura de autoridad en la familia, también se pierde el respeto por la norma —dice Hurtado— “y por eso tenemos tantos niños haciendo pataletas, gritando a sus padres, incluso amenazándolos con violentarlos o demandarlos”. Sí se pierde la autoridad, el niño también pierde la oportunidad de aprender códigos sociales para el buen vivir en sociedad.
Una relación basada en el respeto mutuo permite generar lazos de confianza que no remplazan la autoridad.