El sistema de salud y las personas depositan toda su confianza en la eficacia de los antimicrobianos para tratar enfermedades, pero ¿qué pasa cuando estos dejan de funcionar?
En la mayoría de casos, esta situación puede llegar a generar grandes sobrecostos en el tratamiento de afecciones que hasta el momento eran fáciles de erradicar. El padecimiento de la enfermedad puede llegar a ser más largo y en ocasiones es necesario recurrir a fármacos más fuertes y caros para eliminar los cuerpos que causan el malestar.
La resistencia a los antimicrobianos es una situación que se puede presentar en todas las personas, sin importar edades o condiciones de vida. Se trata de una mutación en los microorganismos (virus, bacterias, hongos y parásitos) que los hace inmunes a los efectos de las drogas y que permite que las infecciones permanezcan en el cuerpo por más tiempo.
Según la Organización Mundial de la Salud, es un fenómeno natural que no responde a condiciones particulares. Sin embargo, sí se ha acrecentado por el mal uso y abuso de los antibióticos o antivíricos. En muchos lugares, el suministro de este tipo de medicinas se da sin control médico o se utilizan en situaciones que no corresponden, por ejemplo para tratar la gripe común.
Es posible reducir el uso de estos tratamientos si se realiza un control más estricto de las enfermedades infecciosas prestando atención a las condiciones sanitarias de vida y al cuidado de los animales.
Recomendaciones de la OMS para prevenir y controlar la resistencia a los antimicrobianos:
- Tomar antibióticos o antivíricos solo cuando los prescriba un profesional.
- No exigir estos medicamentos si el personal calificado no lo considera necesario.
- Seguir siempre las recomendaciones de los médicos en su forma de uso (dosis, frecuencia, horarios, entre otros).
- No utilizar antibióticos que le hayan sobrado a otros.
- Prevenir las infecciones lavándose las manos, evitando el contacto íntimo con enfermos y manteniendo las vacunaciones al día.