Esta actividad favorece procesos mentales, corporales y hasta de relacionamiento. Sepa por qué es importante desde el año cero hasta la adultez.
Asesora: Sara Posada Gómez
Doctora en Psicología, especialista en Clínica y Neuropsicología Infantil
Desde 1959, con la Declaración de los Derechos del Niño, se reconoció el juego como uno de los diez principios fundamentales para el disfrute de la vida de cualquier menor. Una actividad espontánea e innata, primordial para el desarrollo cognitivo y emocional de los más pequeños desde su primer día de vida.
Gracias a este, desde edades tempranas se desenvuelven y fortalecen procesos como la atención, la concentración, la habilidad motriz, la memoria y el aprendizaje, por mencionar algunos. “Cuando un niño juega, se activa un proceso neuroquímico donde intervienen sustancias llamadas neurotransmisores, que no solo permiten la sensación de gratificación durante el juego, sino que también garantizan en cierta forma que esta actividad se repita, por el nivel de bienestar que propicia”, sostiene Sara Posada Gómez, doctora en Psicología de la Universidad San Buenaventura y especialista en clínica y neuropsicología infantil de la Universidad de Antioquia.
De acuerdo con la psicóloga, al jugar ocurren procesos químicos en el cerebro como la liberación de endorfinas y serotonina, sustancias que disminuyen el nivel de estrés y mejoran el estado de ánimo. También se activan otras como la acetilcolina y la dopamina, que facilitan habilidades intelectuales, creativas y motrices.
Incluso, dice Posada, desde bebés, la mera interacción del niño con su madre ya es una actividad lúdica en sí misma, lo que favorece positivamente sus habilidades emocionales e influye en el desarrollo de la personalidad del menor. “En condiciones normales, se espera que el niño nazca con la disposición y los mecanismos biológicos que le permitan explorar y tener un sano desarrollo”, añade.
Los juguetes son elementos que adquieren un valor especial en este sentido. Su uso, además de estimular la imaginación y la fantasía, propicia también la interacción social ya que, por lo general, se prestan para ser compartidos con otros.
“El uso de juguetes permite al niño crear personajes, asumir roles, ponerse en la posición del otro, solucionar conflictos, aprender a compartir, a esperar turnos y a manejar la frustración y autorregular emociones tales como la tristeza ante la pérdida, por ejemplo en el caso de los juegos competitivos”, indica la especialista.
Por eso son importantes hasta como herramienta de evaluación en procesos terapéuticos de niños y adolescentes. Sin embargo, con los años se suele cambiar el cascabel y las figuras de acción por otros como las cartas, el ajedrez o los videojuegos, yendo más allá de su carácter explorador y convirtiéndose en una forma de socializar, de expresar emociones y pensamientos.
De esta forma cobra sentido en la adolescencia, cuando hay que resolver problemas y asumir consecuencias; y en la adultez, una etapa de la vida donde según la especialista aparecen emociones de tristeza, nostalgia y soledad. “En este momento de la vida el juego puede resultar particularmente gratificante, no por el juego en sí, sino por la proximidad con los otros”, señaló.
Además es importante el rol parental. Saber interpretar las etapas de crecimiento, involucrarse y acompañar al niño es igual de importante que otorgarle independencia para la interacción con otros. Así podrá aprender a superar obstáculos, a llegar a acuerdos y a regular emociones; condiciones vitales para valerse por sí mismo en el futuro ante cualquier situación.
La posibilidad de socializar, así como el manejo del estrés y el fomento de la diversión, son beneficios del juego, tanto para niños como adultos, indica la Clínica Mayo.
Beneficios en la adultez
Jugar es un mecanismo fundamental, es una herramienta de la que se dispone durante toda la vida y que no desaparece, sino que se transforma a medida que se alcanzan edades mayores. La filósofa estadounidense Martha Craven Nussbaum lo define incluso como una actividad tan necesaria en cualquier etapa de la vida como la alimentación, la educación o el trabajo. Luego de la adolescencia, el juego ya no es solo un mecanismo de exploración y aprendizaje sino que se potencializa como una forma de socializar. Aparecen nuevas formas de entretenerse entre amigos y familiares para fortalecer esos lazos afectivos o propiciar la camaradería. Así el juego cobra particular importancia en la adultez dado que crea nuevas relaciones entre un grupo de individuos, genera felicidad y es instrumento para una mejor convivencia. Por eso son tan importantes las jornadas lúdicas durante la celebración de fechas importantes en familia o en espacios como el trabajo, que, en ocasiones, son fuente de estrés. El juego propicia la distensión y facilita el relacionamiento entre los pares.