En pareja es igual de importante lo que se expresa en palabras que con el lenguaje corporal. Autoconocerse es clave para dar el mensaje adecuado.
Asesores Consuelo Vivas Perdomo – Psicóloga, adscrita a Coomeva Medicina Prepagada
Adriana María Mora – Psicóloga
Astrid Villa – Entrenadora en disciplina positiva
Vamos a esta escena luego de una discusión con la pareja: “¿Amor, podemos hablar?”. “Todo está bien, no te preocupes”, es la respuesta, pero en el fondo uno de ellos sabe que pasa lo contrario porque la mirada fue suficiente para entender que aún había molestia por lo que ocurrió; la otra persona quería “disimular”. Resulta una situación común porque, en pareja, la comunicación, sobre todo la no verbal, no es un asunto fácil pero se aprende.
Atención a estos datos: el lenguaje corporal o no verbal, en el que se considera la expresión y la disposición física, los gestos, el tono y el volumen de la voz, representan el 93 % de la comunicación, mientras que lo que se dice corresponde solo al 7 %. Seguramente, después de leer estas cifras, muchos se detuvieron a pensar qué tanto conectan lo uno con lo otro cuando hablan con su pareja o, incluso, después de una discusión.
Para Astrid Villa, entrenadora en disciplina positiva, somos lo que hacemos más allá de lo que decimos ser, y para lograr coherencia entre la comunicación verbal y la no verbal, la experta habla de autoconocimiento: “Necesitamos tener conciencia de nosotros mismos, de quiénes somos, qué nos gusta, qué queremos, cuáles son nuestras habilidades, conocimientos y también nuestras limitaciones. Además, actuar de acuerdo con nuestros principios y valores”.
Y es que conectar lo que hablamos con lo que dice el cuerpo es reflejo del dominio personal, pues los gestos, las miradas, los movimientos son, a veces, asuntos tan inconscientes que terminan por delatar nuestra capacidad de autocontrol.
“La comunicación exterior es el reflejo de la comunicación interior, por eso, es necesario primero tener buena comunicación conmigo mismo; necesito saber qué me saca de control, por ejemplo. Somos tan poco dueños de nosotros mismos que, a veces, se nos sale por el inconsciente, es necesario que hagamos procesos de mayor dominio de las emociones y eso no significa represión, pues se nos ha hecho mucho daño al decirnos que debemos guardarnos lo que sentimos”, explica la psicóloga Adriana María Mora Londoño.
La familia es maestra
En todo, la familia es determinante. La formación y el ejemplo que se reciba de ella moldea positiva o negativamente la manera en que una persona se relaciona con el mundo y con su propio ser. La especialista en disciplina positiva explica que entre mejores sean las relaciones que se construyen desde el hogar, de mayor calidad serán las que se crean fuera de él. “Así pues, si el vínculo establecido en casa fue seguro, donde se tiene una imagen clara de sí mismo y hay amor propio, seguramente, se tejerán relaciones basadas en la confianza, porque se concibe el mundo como un lugar seguro donde relacionarse con sus pares: hermanos, amigos en el ámbito escolar y en las relaciones que, a futuro, tendrán con sus parejas”.
En ese sentido, es importante aclarar que la capacidad de expresión de cada uno también se deriva de los aprendizajes familiares. Por eso, hay que llamar la atención sobre esa creencia arraigada dentro de las familias de no catalogar las emociones, de no hablar de ellas, de no expresarlas. “Hay un bloqueo familiar en ese sentido y es necesario saber que las emociones son sagradas, cuando las ‘tragamos’ nos enfermamos. Hay que arrancar las malas hierbas de esos patrones emocionales”, enfatiza Mora.
El silencio como aliado
Ocurre, muchas veces, que en medio de ese temor al silencio y a la estigmatización con la que él carga, nos olvidamos de escuchar a nuestra pareja y nos dedicamos solo a oír. Para Consuelo Vivas Perdomo, psicóloga clínica, escuchar supone un interés genuino por conocer el pensamiento de la otra persona. “No es fácil en la práctica esta manera de actuar, pues es frecuente estar más pendiente de juzgar el mensaje o preparar lo que se piensa decir. Escuchar es captar el significado de las palabras que se pronuncian, comprender el mensaje, las ideas. Es entender toda la situación. La escucha empática va más allá, es esa relación de corazón a corazón entre dos”.
Agrega también que las muestras de interés pueden ser verbales o no verbales y forman parte del arsenal de habilidades de la buena comunicación interpersonal: mantener el contacto visual con la persona que habla, una sonrisa, asentir con la cabeza, “todas estas señales sutiles del lenguaje corporal van a transmitir un significado inconsciente de nuestra atención e interés hacia la persona que nos está hablando”.
Y es que cuando hay silencio también hay comunicación es necesario aprender a interpretar. Señalan las especialistas en el tema que el silencio es aquietamiento, es paz, es una pausa para restablecer la comunicación interior y regresar al encuentro con el otro, con mayor claridad. Los silencios hay que escucharlos, pues a veces la palabra se usa como herramienta para no sentir. En este caso, “con el habla cortamos el puente de las sensaciones. Estando en silencio es más fácil que podamos tener mayor conciencia corporal, cuáles son nuestras sensaciones, qué pasa con nosotros. En esa medida me doy el permiso de encontrarme yo para luego hacerlo de manera sana con el otro. Lo que ocurre es que, por esa necesidad fuerte de control, queremos saber todo lo que está pasando con el otro, qué piensa o siente y si no lo logramos perdemos la tranquilidad. Debemos entender que el silencio es necesario”, concluye Mora.
Pautas para el autoconocimiento
- Establecer una relación clara con la pareja interna, pues el ser humano es dual por naturaleza, compuesto por una dimensión masculina y femenina.
- Hacerse responsable de las propias emociones, no esperar a que el otro lo haga.
- Tener espacios de silencio y respetar los del otro.
En pareja siempre conviene validar los supuestos
La comunicación permite confrontar y validar hipótesis. No está mal generar supuestos y expectativas propias de los demás, lo que no es sano es pensar que son ciertos sin tener en cuenta al otro. “La comunicación es mucho más asertiva en la medida en que más claro tenga lo que pienso y esto sea coherente con lo que siento y logro expresar de forma acertada. De la misma manera encuentro coherencia en el mensaje que recibo de otros. Cuando hay alguna diferencia entre lo que se expresa y lo que se piensa o se siente, es que se rompe la integridad del mensaje y resulta difícil incluso, confiar”, dice Astrid Villa, entrenadora en disciplina positiva.
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