Los alimentos dulces resultan atractivos para la mayoría de las personas. ¿Por qué?
La respuesta está en el cerebro, en el que una serie de sustancias químicas (dopamina, serotonina y betaendorfinas) regulan la sensación de ganas por este tipo de alimentos, así como por el placer y el bienestar que estos provocan. A continuación, algo sobre cada una de ellas:
La serotonina: la fabrica el cerebro a partir de un importante aminoácido, el triptófano, encontrado principalmente en las proteínas. La ingestión de azúcares provoca que se libere serotonina, que en buena cantidad es clave para hacer sentir a la persona tranquila y con sensación de bienestar.
La betaendorfina y la dopamina: paralelamente, el azúcar también tiene un mecanismo parecido a como actúan las drogas en el cerebro, ya que tanto el azúcar como otros carbohidratos procesados, aumentan la cantidad de azúcar en la sangre, provocando el aumento de algunas sustancias químicas. La ingestión de azúcar activa las mismas áreas del cerebro que están involucradas en la adicción a la nicotina y otras drogas, produciendo sustancias químicas tales como la betaendorfina, relacionada con la euforia y una menor capacidad de sentir el dolor, que hace que los individuos sientan un antojo casi incontrolable de comer más.
La dopamina, por su parte, da movimiento y expresión emocional.
La OMS aconseja no tomar más de 25 gramos de azúcar al día, lo que equivale a una cucharada sopera.
Se dice que el azúcar es el “cigarrillo del siglo XXI” y que exige una regulación similar. Según el Instituto Wolfson de Medicina Preventiva y la Universidad Queen Mary en Inglaterra, este se encuentra en la mayoría de los alimentos, incluso en productos como un yogur con 0% de materia grasa o en algunos salados. Además, según datos del Congreso Mundial de Nutrición en 2016, una de cada cuatro personas será obesa en el mundo en el año 2045.
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