Es clave atender las necesidades de los animales en casa con responsabilidad. Sin embargo, el trato que se les da no debe igualar al que recibe un bebé.
Asesora Lucía Náder, Psicóloga
Cada vez son más frecuentes las personas que encuentran en su mascota la plenitud familiar. No dicen que tienen perros o gatos, dicen que tienen “hijos” y que ellos son sus “padres”. Lo extraño es cuando no lo ponen en contexto, por ejemplo, en una charla en la que hablan de sus pequeñines y de repente muestran una foto de la criatura, la que resulta más peluda que el ser humano promedio y tiene más dientes que un niño desarrollado. La criatura termina siendo un animal, y muy tierno, eso sí. Le puede interesar: Las mascotas protegen a los niños contra las alergias
Cabe la pregunta: ¿son los perros o los gatos un hijo? Los dueños pueden decir que sí, que cómo no, si les dan comida, alimento y hasta en las noches de mucho frío les brindan cobija y hasta rincón en la cama. Pero ahí hay una contradicción, los amos son dueños y nadie es dueño de un hijo. Por ello, es importante entender las responsabilidades con las que viene un hijo de las entrañas. Le puede interesar:
Amor sincero
No se puede negar que las mascotas se han convertido en nuevos miembros de las familias, sin embargo, dice la psicóloga Lucía Náder, no es lo mismo una mascota que un hijo: “Algunas personas cuestionan que si sostienen una mascota, por qué no pueden hacer lo mismo con un niño. No obstante, una mascota, ya sea un perro o un gato, aunque merezca especial cuidado, no representa el nivel de responsabilidad afectiva, educativa, de crianza y económica de un hijo.
Para todo padre o madre verlos crecer sanos, buenos, felices y decentes es algo más que un sueño. Ser testigos de cuando van a la universidad, por ejemplo, es un gran reto para el que se necesitan condiciones económicas y estimulación. Con una mascota no hay riesgos; los padres son conscientes de que si crían a sus hijos dentro de una familia disfuncional, la probabilidad de salir a la calle a tener conductas de riesgo es muy alta. Las consecuencias de una mala crianza o una educación no centrada en valores consistentes afecta a los humanos, no a un perro o un gato”.
Cuidado con responsabilidades
Así las cosas, los padres con los hijos, aunque tienen un compromiso de bienestar material, sobre todo, tienen un deber moral: criar a un hijo es formar a un ciudadano y a un buen ser humano.
Por eso a los hijos se les inculca algún credo religioso y una ética, con las que puedan distinguir qué está bien y qué no. Aún más, desde pequeños se les enseña qué deben hacer y qué no, desde las normas de autocuidado y protección personal como comer bien para poder nutrirse y desarrollarse, hasta los comportamientos que se deben tener para vivir en sociedad, como evitar mentir o apropiarse de lo ajeno, e incluso normas de convivencia, que involucran el tratar bien a los demás. Formación en normas y valores; así como en deberes y derechos. En contraste, ¿alguien le enseña a su gato a no mentir, a no robar, a no ser deshonesto?
En esta línea, la especialista Náder aclara que las familias han cambiado en las dos últimas décadas. En muchos casos, hombres y mujeres prefirieron desarrollarse personal y profesionalmente que tener hijos, a quienes hay que invertirles tiempo, por lo que optaron por volcarse hacia los animales, que, en Colombia, siempre tuvieron el papel de mascotas, animales que en el campo, en cambio, acompañaban en la caza o ayudaban a vigilar.
Así, con estos nuevos modelos de familia, las mascotas son una responsabilidad, el símbolo en común. Algunas parejas que se separan se turnan para cuidar al perro, al gato o visitarse para estar pendientes del “hijo”.
Ya se ha dicho, entonces, que se puede amar a las mascotas, pero la recomendación es no humanizarlas, lo que quiere decir, no igualarlas en el trato que se le entrega a un bebé, lo que no exime de cuidarlos como debe ser •
Malinterpretar nuestra relación con las mascotas con las que se convive en familia puede resultar divertido en un principio, pero al humanizarlas se altera la capacidad que tienen ellos de portarse como animales, con lo que esto implica.
Los peligros de creerlos muy humanos:
Pedro Vargas Pinto, docente del programa Medicina Veterinaria de la U. de La Salle, explica que las mascotas, al ser tratadas como humanos, “pierden su libertad y disminuyen su capacidad de portarse como animales. Es decir, su capacidad de socializar y crear jerarquías”. Esto, además, puede traer conductas como la sobreprotección o la falta de ejercicio, lo que los predispone a enfermedades. Es importante brindarles en casa un sitio limpio y aireado, alimentarlos de manera adecuada, asegurarse de que tengan agua y permitirles que socialicen con otros animales. Hay que “hacerse responsable de los asuntos relacionados con su salud llevándolo periódicamente al veterinario (con los gastos que esto puede causar)”, añade el docente e investigador.